Todos los profesionales medievales para poder ejercer debían pertenecer a un
gremio.
Estos eran asociaciones que controlaban cada profesión en la cidudad
para evitar la libre competencia, el intrusismo profesional y controlar
los precios, con el fin de mantener unos ingresos dignos para todo el
colectivo. Además perseguían otros fines más sociales, como la
asistencia a los enfermos pertenecientes al gremio o a sus familias en
caso de muerte.
Cada gremio poseía unos
estatutos que regulaban toda la actividad de dicha profesión, así como los derechos y deberes de sus asociados.
Cada oficio tenía tres
categorías profesionales, que a su vez servían para la formación del trabajador:
a) Aprendiz: joven
acogido en casa del maestro que a cambio únicamente de la manutención
realizaba cualquier tarea en el taller e iba aprendiendo el oficio.
b) Oficial: trabajaba en el taller de un maestro a cambio de un salario.
c) Maestro: era
el dueño del taller y sus herrmientas. Podía contratar a oficiales y
tener aprendices en su taller. Junto con los otros maestros de la misma
profesión formaban el gremio. Para acceder a esta categoría los
oficiales podían pasar una prueba consistente en realizar una obra
maestra que debía ser juzgada por los maestros del gremio. Era muy
difícil su aprobación para evitar que aumentase la competencia.
Normalmente los talleres se heredaban de padres a hijos.